martes, 8 de septiembre de 2009

PULSO SINDICAL DEL 04 AL 10 DE SEPTIEMBRE DE 2009
CON EL ONCE EN LA MEMORIA

Manuel Gonzalez Vargas , Ramón Vivanco y todos los fusilados en el Cerro Chena,
Juan Antonio Acuña Concha, Federación Santiago Watts de FFCC,
Carlos Alcayaga Varela, Secretario Regional CUT La Serena,
Luis Almonacid Arellano, Secretario Provincial CUT dirigente SUTE Rancagua,
Lincoyan Berrios Cataldo, Presidente Empleados Municipales de Chile
Maria Bustamante Llancamil, Secretaria Fed. Trabajadores AUCAR de Osorno
Jose Farfan Verdugo, obrero de la construcción y dirigente CUT
Ezequiel Ponce Vicencio, dirigente portuario y director de la CUT
Juan Gianelli Company, dirigente SUTE, Santiago
Ellos, junto a otros sindicalistas de la ciudad y del campo, entregaron su vida por el ideal común. Un mundo mas justo y digno para todos.
Ellos fueron detenidos, torturados, ejecutados, hechos desaparecer, por su compromiso con la clase obrera, la clase de los trabajadores.
Similar suerte corrieron pobladores, militantes partidarios, creyentes y no creyentes, jóvenes estudiantes secundarios y universitarios, profesionales, hombres y mujeres de
nuestro país. A todos ellos NO PODEMOS OLVIDARLOS, por mas años que trascurran.

Este 11 de septiembre se cumplen 36 años desde que, a sangre y fuego, uniformados golpistas derrocaron el gobierno popular que encabezaba Salvador Allende.
Ni perdón ni olvido, es la consigna de los que hasta hoy día buscan sin encontrar.
Justicia. Nada más, pero nada menos.
Cierto es que demandamos justicia, pero esta no solo debe remitirse al justo castigo a los responsables de tantos actos deleznables. ¿No es acaso también de justicia aspirar a que nos restituyan las leyes que derogó la dictadura, en el plano laboral, social, salud, educación, previsional, etc. etc.?

Muchos se colgaron y se cuelgan de estas demandas populares (sobretodo en tiempos electorales), ocupan la tribuna y hacen encendidos discursos, pero a la más mínima concesión del sistema, flexibilizan el discurso y morigeran la crítica. Son los mismos que acostumbran de tanto en tanto llamar a la unidad y la armonía entre compatriotas. “Es un deber nacional reconciliarnos, no podemos actuar como enemigos”, dicen sin vergüenza. A los afectados por la dictadura y a sus familiares les piden desarrollar en su corazón la capacidad de perdonar. Que ya son muchos años, que no pueden vivir permanentemente en el pasado. Invitan a mirar el futuro sin rencores, como si fuera tan fácil después de todo lo sucedido.
Los de memoria frágil, aquellos que tienen asegurado su futuro en el aparato burocrático del estado, que se dijeron revolucionarios hace algunas décadas, buscan convencer a la población de que es necesaria la reconciliación para la “convivencia nacional”.

Para muchos no hay historia anterior a 1973, se trata solo de la prehistoria de este país.
Allende y la unidad popular, las 40 medidas, el ½ litro de leche, la nacionalización del cobre, la dignidad de los ancianos, las casas decentes de la CORVI, fueron una fantasía de George Lucas en algún episodio de su guerra de las galaxias.

Contra eso se debe luchar con fuerzas, sin descanso, pero con una actitud diferente.


En nuestro país, hace 36 años hubo un golpe de estado contra un gobierno democráticamente elegido, que concitaba la adhesión del 44% de la ciudadanía después de las elecciones de marzo de 1973, pese al sabotaje, el desabastecimiento y la campaña del terror.
Asesinos armados pasaban por las calles en horas del toque de queda. Detuvieron sumariamente, torturaron, mataron y desaparecieron compatriotas. No es algo que pueda ser olvidado, no es algo que pueda ser mediatizado, no es algo que pueda achacarse a la responsabilidad de los que llevaban adelante el proyecto de la Unidad Popular (más allá de la deficiente autocrítica que sigue siendo necesario profundizar).

Quienes dieron las ordenes tenían claro donde había que golpear. Hogares obreros y campesinos, profesionales e intelectuales consecuentes, fueron los más golpeados porque ahí y no en otra parte estaba la base de sustentación del gobierno popular.
Los aprehensores supieron siempre a quien asesinarían. Jugaron con los prisioneros y sus familiares al gato y al ratón. Se mofaron de la fe y la esperanza de los que buscaban a los suyos.

En el campo de los trabajadores es donde con más fuerza se da este olvido de la historia.
Muchos dirigentes sindicales, y por extensión los trabajadores junto a millones de compatriotas, parecen no conocer el origen y el desarrollo de la leyes laborales. Ignoran el aporte de la organización sindical, de los obreros e intelectuales, de los parlamentarios populares.
Hasta el golpe militar contábamos con un código del trabajo en el que se consagraban diversas garantías. Indemnización por años de servicio sin tope, derecho a negociar a nombre de sus afiliados a federaciones y confederaciones, protección a los aprendices y a los trabajadores a domicilio, derechos para los campesinos, obligación de autorización de 2 ministerios para despidos de mas de 10 trabajadores.
Derecho efectivo a huelga, tribunales y cortes de apelaciones del trabajo que permitían juicios cortos y efectivos.
Lo que tuvimos fue fruto de la lucha decidida de miles de asalariados organizados en poderosas organizaciones sindicales y no derechos otorgados por la gracia patronal o los gobiernos de turno.
No estaba todo resuelto, pero vivíamos dignamente y podíamos expresarnos sin temor.
Trabajadores y sus hijos llegaban a la universidad y el Estado se hacía cargo de sus gastos. Se negociaba por rama y existían los tarifados nacionales. Las mujeres contaban con garantías para trabajar y proteger a sus hijos.

El golpe arrasó con todo esto e impuso nuevas normas durante 17 años.
Quienes se presentaron ante el pueblo como la alternativa, a poco andar negociaron con la dictadura a espaldas de este pueblo esperanzado, consiguieron algunas cuestiones menores y sepultaron el resto de las promesas.
Se olvidaron y desde entonces desarrollan un trabajo constante para que la población olvide. Vendieron sueños, concitaron adhesión, debilitaron y compraron conciencias, destruyeron la participación activa, fragmentaron las organizaciones y crearon cientos de pequeños instrumentos afines a sus intereses.
Con su actuar están ayudando a que lo que pretende el sistema se haga realidad. Que la gente se olvide de lo que sucedió, que no exija verdad y justicia, que no conozca sus derechos sociales ni los defienda. Que sienta que no existen instrumentos que la representen, que califique a todos como corruptos y burócratas.

No se han quedado solo en eso, han pretendido convencernos, a través del silencio y la desinformación, que desde la salida de los militares del gobierno, el país es otro. Tal afirmación, junto con ser lejana a la realidad que vivimos es, a lo menos, antojadiza.
El desaliento, el miedo y la desesperanza se han instalado en la conciencia de miles. Los trabajadores, preocupados de mantener su empleo, se niegan a conocer sus derechos y menos a reclamarlos a través de la organización.
Los ciudadanos, especialmente en los sectores populares, llegan al extremo de creer que pueden hacer algo distinto y en su beneficio, los mismos que promovieron el golpe y apoyaron a los golpistas.
Se abandonó las banderas de las reivindicaciones irrenunciables y se las reemplazó por las de “avanzar en la medida de lo posible”. La corrupción y el trabajo de camarillas, la sobre - politización de los organismos, mas preocupados de responder a las ordenes de la dirección que de dar respuestas a las demandas de la base, trajo como resultado un sindicalismo en grave crisis.
Tal situación de crisis no es privativa del campo sindical, con algunos matices se observa por todas partes

Está todo perdido entonces?
Pese a lo complicado del cuadro expuesto, creemos que no, que solo estamos viviendo un largo período de debilidad extrema que debe revertirse. Sin duda que para ello se necesita trabajo y compromiso.
Nosotros, aquellos que nos opondremos hasta el final al intento de una verdad a medias, que lucharemos desde toda trinchera para que no se imponga la impunidad y se haga total justicia, debemos ser capaces de auto criticarnos y cambiar el discurso, separarnos de la lógica en la que nos tiene el sistema (mientras estemos como estamos seremos apenas grupitos molestos sin trascendencia).
Debemos abandonar las catacumbas en las que hacemos nuestro trabajo, dejar de convencernos entre nosotros e ir a donde esta la gente a educarla en esta verdad desconocida para ellos. La impunidad es posible entre otras cosas por la pérdida de la memoria, por el abandono de proyectos,

Es momento de repensar un Chile desde la diversidad, de acrecentar la lucha contra la impunidad, de solidarizarse con el pueblo mapuche, con los pobladores, los trabajadores y los estudiantes, apoyar la lucha por un aire limpio y la defensa del medio ambiente, y sobre todo a crear un clima de dialogo y movilización, que paso a paso inicie una nueva etapa para los oprimidos y discriminados, que permita trabajar por las grandes reformas que nuestro país necesita.
Es el mínimo compromiso con los que cayeron.

MANUEL AHUMADA LILLO
Presidente C.G.T.

No hay comentarios:

Publicar un comentario